

Ambos se reconocen. Solo basta un instante. Sientes como si lo conocieras de siempre. Es una sensación cálida, acogedora. Estás en casa. Estás allá, frente a aquel que te deja sin aliento, una tarde en el país aquel de antaño. Una fuerza invisible los atrae irremediablemente: no hay escapatoria. Atrapados entre las redes del tejido de las Moiras, el destino los encuentra, aunque se escondan. Los persigue, allá donde vayan.
Las manos entrelazadas, ya no se separan. Dicen que un hilo rojo, tan antiguo como el tiempo, une a aquellos que están
destinados a encontrarse.